Mario Ramos
14 de septiembre del 2014
Si no fuera por las revelaciones de Snowden, una potencial
hipótesis de que nuestra soberanía y seguridad en el ciberespacio es muy débil,
sería automáticamente descalificada y tildada como una paranoia más de la teoría
de la conspiración.
Si cualquiera de las fuerzas aéreas de nuestros vecinos
invadiera nuestro espacio aéreo, no cabe duda que sería motivo de escándalo y
dependiendo de la gravedad del hecho, incluso se convocaría a organismos
internacionales para dejar sentado el respectivo reclamo.
Pero al parecer hay una soberanía que está siendo violada
sistemáticamente, sin que el gran público e incluso los organismos de seguridad
y defensa, tengan clara conciencia o respuesta a esa situación. La amenaza a la
seguridad interna y externa a través del medio tecnológico, no es aun
cabalmente asimilada en toda su magnitud por los ciudadanos y por los
responsables de establecer las respectivas políticas, regulaciones y
estrategias para cuidar la privacidad de las personas y la información,
servicios e infraestructura sensible del Estado.
Como veremos en los siguientes párrafos, el problema es
excesivamente complejo. Ahora es posible que un país sea vulnerado por un
enemigo o por la ciberdelincuencia en sus redes e infraestructuras informáticas
desde cualquier parte del planeta.
Además, la tecnología presente está convirtiendo en pieza de
museo, nuestra comprensión de lo que puede ser una guerra. En la actualidad, varios
ejércitos han conformado unidades de ciberguerreros
y están preparándose para el campo de batalla del futuro. De hecho, ya se ha
empleado ciberarmamento en varios conflictos, por ejemplo en la guerra de Irak miles de oficiales
iraquíes recibieron mensajes en sus correos electrónicos, en lo que fue una
efectiva operación psicológica. Pero esto ya es prehistoria, se intuye que
pueden existir ciberarmas muy refinadas
que esperan el escenario y el momento oportuno para ser utilizadas.