Mario Ramos
6 de febrero del 2015
Los
elementos en juego
Aunque suene a lugar
común, hay que empezar destacando que la guerra civil colombiana, entre otras
razones, debido a su larga duración, ha adquirido un nivel de complejidad poco habitual
en la historia de los conflictos político militares de la humanidad. Conflictos
igual de dilatados como el del apartheid
en Sur África, a pesar de lo duro que fue y del ingrediente racista, desde
nuestro punto de vista, no evidenció variables y de nivel importante, como los
que posee la guerra civil colombiana.
Solo para enumerar algunos
de esos componentes, señalaremos los siguientes:
a) el fenómeno del narcotráfico, con importantes carteles a nivel regional e
incluso mundial; b) constancia de tenaces ejércitos insurgentes; c) fuerte
presencia de huestes paramilitares; d) una extendida cultura de la violencia en
la sociedad, la que en parte se explica por la larga historia de guerras
civiles colombianas; e) gravitante peso del ingrediente geopolítico y
geoestratégico, nos referimos al rol que juega los EE UU en esa guerra, no solo
por la existencia en la actualidad de sus bases militares. EE.UU ha sido
históricamente un factor decisivo en el conflicto al imponer a los gobiernos
diferentes planes, que van desde el Plan Lazo al Plan Colombia. Se podría
agregar los grandes intereses del negocio de las armas, el importante lavado de
dinero que ha dinamizado economías al interior de Colombia, corrupción de la
clase política, justicia y fuerza pública; por lo que existen fuertes interesases
en la línea de mantener el statu quo.
Hay historiadores o
analistas colombianos que señalan que el detonante para el aparecimiento de las
FARC fue el ataque a la Marquetalia. Las autodefensas campesinas se habrían
mantenido como tales y probablemente, con el tiempo se hubiesen extinguido, si
no se producía ese ataque. Como suele suceder, se inventó un enemigo para la
ofensiva ideológica-militar que requería la Alianza para el Progreso e
introducir al ejército colombiano en la lógica de la Guerra Fría. Todos estos
ingredientes no existían en el caso surafricano, con excepción del factor
geopolítico, con sus particulares características. El ataque a la Marquetalia
generó el mito fundacional de las FARC, y según este ejército guerrillero, fue
el Estado el que le declaró la guerra a las organizaciones agrarias, las cuales
se vieron obligadas a defender sus vidas con las armas. Frente a todo ello, nos
preguntamos, ¿hay razones para el optimismo en las negociaciones que se llevan
a cabo en La Habana? Es decir, ¿se llegará a firmar la paz?
Cuando en un
conflicto enredado, -no es objeto de este artículo detenernos en el análisis de
su complejidad-, en la mesa de negociaciones se empieza a colocar fórmulas jurídicas, de seguro se
encamina al fracaso. Si la cosa se reduce a buscar una supuesta justicia frente
a los crímenes que determinado conflicto generó, simplemente no se llegará a
ningún lado si el objetivo se restringe a pedirle cuentas al pasado, y mucho menos
si eso se circunscribe a un solo actor del conflicto. El problema no debe ser
abordado desde la conciencia, sino desde la estrategia, es decir, preguntarse
cuál es el mejor método para el objetivo propuesto, y no limitarse a estacionar
sobre la mesa de negociaciones lo sucedido en el pasado, sin considerar las
actuales circunstancias. Hay que pensar en la historia que se hace hoy,
desarrollando una política realista y responsable.
Un
ingrediente disociador entra en escena
Los grandes crímenes
que han generado varios conflictos, como el primer genocidio de la modernidad,
la de los armenios; y luego las del estalinismo y el nazismo, o guerras como la
de Argelia o Vietnam, son de tal magnitud que escapan a la justicia. Por tal razón
¿es posible en el proceso de paz que se lleva a cabo en La Habana establecer un
proceso que haga justicia a las víctimas de todos los crímenes que la larga
guerra civil colombiana ha provocado?
Ahora que el espinoso punto cinco
referido a las víctimas del conflicto está empezando a tratarse, el gobierno de
Santos ha colocado en la mesa de diálogos el Acto Legislativo 01 de 2012, que
establece la figura de justicia transicional, por fuera de los compromisos del
Acuerdo General para las partes. Aspecto que si el presidente Santos lo mantiene,
de acuerdo a analistas colombianos, simplemente no se alcanzará la
reconciliación entre los colombianos. Un conflicto de las características del
colombiano, es imposible que se resuelva si se lo aborda jurídicamente, la
solución es política, por lo que, si alguna fórmula mágica existe, esta se
llama, voluntad política.
Con el marco expuesto, queremos
evocar a grandes rasgos la experiencia surafricana que si bien, como habíamos
señalado, no alcanzó la complejidad del conflicto colombiano, el abordaje asumido
hizo posible el fin del apartheid, -un orden que duró aproximadamente 50 años-,
y que permitió sentar las bases de una transición y proceso político hacia la
reconciliación del pueblo surafricano, proceso de paz halagado por todos los
líderes del mundo, pero que pocos se han preocupado por estudiar y mucho menos
seguir su ejemplo.
Prácticamente toda la
población blanca de Sur África estuvo implicada en el apartheid. Reconocida
esta realidad los negociadores se habrán preguntado ¿es posible condenarlos a
todos? Si comparamos, algo similar sucede en el conflicto entre Palestina e
Israel, toda la sociedad israelí se encuentra implicada en la ocupación de
Palestina, si se abordara un proceso de paz desde la perspectiva de la
justicia, ¿sería posible una solución a ese conflicto?
¿Qué se hizo en Sur
África? Ahí se desechó los enmarañados procesos jurídicos y se buscó establecer
una verdad histórica, en donde cada actor aceptó su parte de culpabilidad con
el pasado. Se hizo un reconocimiento público a las víctimas del conflicto a
través de facilitar y difundir por todos los medios de comunicación las
confesiones públicas sin consecuencias legales de los involucrados en hechos
criminales a cambio de amnistía. Si cabe
el término, esto tuvo un efecto sanador en la sociedad surafricana, la minoría blanca
aceptó su responsabilidad con el apartheid, y la mayoría negra emprendió el
camino para superar el resentimiento.
Si se abordara el
reconocimiento a las víctimas desde una perspectiva jurídica, los involucrados
en hechos criminales, simplemente se van a defender a través de argucias o mentiras.
En Sur África solo los que confesaban la verdad obtenían la amnistía. Con esta
estrategia, no todas las tensiones sociales desaparecen, pero se inicia el
largo recorrido de construir un nuevo tejido social. El recuerdo de los
horrores del conflicto no desaparece, pero se lo controla a través de
establecer un acuerdo social.
La
historia cuenta
¿Es difícil emprender
la construcción de un pacto social pos conflicto? Camboya nos enseña que no es
imposible, el genocidio llevado a cabo por Pol Pot, no ha impedido que esa
sociedad, sin ocultar los hechos a través de convertir en museos desgarradores
a varios sitios en donde se asesinaba en masa a la población, inicie en su
momento una nueva vida.
Sur África escogió la
justicia reparadora y no la punitiva. Estableció una verdad histórica, para que
esa memoria sirva a una causa justa, la reconciliación nacional. Si las partes
se amurallaban en el predominio de sus intereses, esa reconciliación no hubiese
llegado. La compensación está en el reconocimiento público de la verdad, no
disfrazarla. Se debe comprender que fijar responsabilidades históricas no
impide iniciar un proceso en el presente. Los procesos legales solo conocen de
culpables e inocentes, pero la historia de los conflictos nos enseña que estos
se explican por los múltiples matices del gris, y no bajo la óptica del blanco
y negro.
Si algo hemos
aprendido de las comisiones de la verdad es que la responsabilidad personal de
los protagonistas de los crímenes se suele diluir por la presencia de las “órdenes
superiores”. La premisa es que la verdad histórica tiene un valor educativo
mayor que unas cuantas sanciones individuales, que por lo general, recaen sobre
los más débiles. Una comisión histórica de la verdad, en el caso colombiano,
debe colocar a toda la sociedad frente a sus responsabilidades, en vez de
concederle chivos expiatorios.
Por las razones
expuestas, consideramos que la puesta en marcha de la Comisión de
Esclarecimiento Histórico, juega un rol central en el proceso de paz
colombiano, su responsabilidad es gravitante. Como han registrado varios
analistas en Colombia, la mayoría de la población colombiana desconoce los
orígenes de cinco décadas de violencia política. Sin el reconocimiento de esa
realidad es difícil que la sociedad colombiana comprenda las complejidades de
su conflicto interno.
Potenciales
efectos geopolíticos de la paz en Colombia
No cabe duda que la
región y en especial, los vecinos de Colombia, Ecuador y Venezuela, observan
con atención los diálogos de paz en La Habana. Los analistas nos preguntamos,
cuáles serían los efectos geopolíticos de un acuerdo que ponga fin al conflicto
interno colombiano.
Como latinoamericano,
el escenario deseado es que se firme
la paz en Colombia y esto contribuya a que esa nación hermana se inserte en el
nuevo regionalismo y autónomo proceso de integración de Nuestra América, se
aleje de la geopolítica estadounidense a la cual ha estado alineada desde hace
mucho tiempo a contracorriente de lo que sucede en la región, e inicie el
camino de la construcción de una nueva democracia para beneficio de su pueblo.
Si adoptara este camino, los niveles de seguridad regional se encaminarían a un
nivel óptimo, lo que permitiría que nuestro subcontinente adquiera condiciones
inmejorables para su desarrollo.
Un escenario probable es que la corriente
guerrerista, representada en el uribismo y latente siempre, incremente su
presión, logrando como resultado colocar inseguridad e incertidumbre a los
diálogos de paz, hasta poder llegar a provocar su fracaso.
El escenario peligroso sería que el
uribismo, en el mediano plazo, recupere el gobierno luego de un potencial
fracaso en la búsqueda de la paz o incluso luego de firmada la misma. Es claro
que esto generaría en la subregión andina altos niveles de tensión que puede
desembocar en conflicto internacional. Este es el escenario que le conviene a
los EE.UU, recordemos que desde que promovió el Plan Colombia y su Iniciativa
Regional Andina, su estrategia ha estado encaminada a desestabilizar nuestra
subregión, como la mejor forma de mantener su control.
El escenario peligroso, no es necesariamente
el más probable, sin embargo, al estar entre las posibilidades, implica que el
Ecuador lo tiene que contemplar y prepararse.
¿Qué implica
prepararse? Hagamos algo de historia. Entre los años 1980 y 1995 en especial,
hubo toda una generación de brillantes mandos militares que visualizaron como
muy probable un conflicto armado con el Perú. Como pocas veces, estos mandos
impulsaron un sistemático proceso de entrenamiento y planeamiento
táctico-estratégico para enfrentar ese potencial escenario.
Una de las
características de esa generación de mandos militares es que eran buenos
lectores. La historia militar del mundo nos enseña que los grandes líderes
militares, no son los que mejor trotan, (a medida que se asciende en
responsabilidades se debe madurar y depurar las condiciones intelectuales y la
competencia técnico-profesional que el nivel jerárquico exige), sino los que
están dotados de pensamiento estratégico. Las circunstancias colocaron al Gral.
Paco Moncayo al frente de las operaciones, y la historia le reconocerá como el
estratega que hizo posible la victoria militar en el Cenepa. Aquí rescatamos
sus cualidades de líder militar, su actuación político-partidista posterior es
otra situación que no cabe comentar y que se enmarca en la libertad que tiene
todo ciudadano de escoger sus propias opciones ideológicas.
En el conflicto del
Cenepa se pudo visualizar con claridad la virtuosidad de la trilogía de
Clausewitz: gobierno – pueblo - ejército. El pueblo ecuatoriano y su ejército
estuvieron muy motivados y eso fue sin duda, un factor que contribuyó al éxito.
El actual proceso
político impulsado por el gobierno del presidente Rafael Correa, ha tenido como
uno de sus resultados que el orgullo nacional alcance niveles muy altos,
tenemos unas fuerzas armadas republicanas y conscientes del valor de la
democracia; gobierno, pueblo y ejército están identificados. Sin embargo,
sospechamos que no existe conciencia clara de las potenciales amenazas frente a
lo que finalmente suceda con nuestro vecino del norte. Tener una certeza
completa del camino que tome Colombia es cuestión de relativamente poco tiempo,
tal vez unos cinco años, mientras tanto consideramos que es obligación del
gobierno y de las fuerzas armadas ecuatorianas, prepararse para la peor de las
hipótesis, los escenarios deseados no
siempre se cumplen, siempre está entre las probabilidades que aparezca un cisne negro.
¿Qué
esperar de las capacidades militares del Poder Nacional?
Las fuerzas armadas
deben mantener y profundizar ciertas características de su proceso de formación
militar, como por ejemplo, el curso obligatorio de paracaidismo para oficiales,
que podría ser ampliado a los soldados, si bien es muy poco probable que se llegue
a emplear en batallas importantes fuerzas paracaidistas, los intangibles en
términos de desarrollo de la vocación, espíritu e identidad militar, ente
otros, que entrega ese curso, son de fundamental importancia. De la misma
manera, el curso obligatorio de tigres, que demostró su valor en el conflicto
del Cenepa, se debe mantener y mejorar.
Esa característica de
fuerza especial que tiene el ejército
ecuatoriano se debe perfeccionar, dado el anuncio de la reducción de su
orgánico. Aquí lo que importa es la calidad, no la cantidad. Promover el
concepto de menos es más es decisivo.
Además eso contribuirá a la formación y cualificación de las reservas, donde
igualmente debe primar un criterio de calidad, no de cantidad, aunque debemos
contar con un mínimo de 100.000 reservistas altamente cualificados.
Las FF.AA
ecuatorianas luego de una lectura con mente abierta del escenario
internacional, deben proceder a actualizar su doctrina y prepararse para su
empleo en los potenciales teatros geopolíticos estudiados, tanto en educación,
equipamiento y organización. Se debería dar paso al desarrollo acelerado de una
Ala de Combate de drones, con producción y tecnologías propias.
La peor hipótesis
para nuestra seguridad no es que frente a una potencial firma de la paz varios
sectores de fuerzas irregulares colombianas no se acojan a la misma y se
conviertan en bandas criminales, nuestro desarrollo institucional y la política
y estrategia pública establecida ha enfrentado ya esa situación y hay
experiencia en aquello.
La peor hipótesis que
amenazaría la seguridad del Ecuador es de carácter geopolítico, solo es
cuestión de observar el inestable escenario mundial, y repasar como surgieron
conflictos en zonas o países que gozaban de relativa estabilidad y paz. El
escenario internacional actual es un campo de incertidumbre, y como lo señaló
Clausewitz, en esa niebla de incertidumbre una inteligencia precavida está
llamada a sondear la verdad con criterio instintivo.
El mismo ministro de
Defensa colombiano, Juan Carlos Pinzón ha declarado a propósito de la compra de
modernos tanques por un valor de 84 millones de dólares que:
“Nuestras Fuerzas están hoy en capacidad de interoperar con otras del mundo, especialmente con las de otros
países con estándares internacionales y con misiones que busquen garantizar la paz global. Debemos asegurarnos de que
continúe el entrenamiento con pasión para responder a los escenarios del
presente, pero no temerle a los
venideros. Para eso nos estamos
transformando y haciendo mucho más fuertes”.[1]
Cuáles son los
escenarios venideros que prevé el ministro Pinzón luego de una potencial firma
de la paz, luego de asegurar su frente interno. Para qué seguir manteniendo tan
importante pie de fuerza con que cuentan las fuerzas militares colombianas.
¿Van a permanecer las bases militares estadounidenses luego de la terminación
de la guerra civil? ¿Para qué? ¿Cuál sería su función?
El ministro Pinzón ha
señalado que sus Fuerzas están en capacidad de interoperar con otras del mundo.
¿Con cuáles? ¿Con las latinoamericanas? ¿Con las rusas? ¿Con las chinas? ¿Con
las de la OTAN? Si nos atenemos a la historia y a los acuerdos firmados
últimamente con la OTAN, es lógico sospechar que piensan interoperar con la
OTAN y más específicamente con EE.UU ¿Con qué objetivo? ¿En cuál paz global
está pensando el ministro Pinzón? Extraño discurso ese de interoperar con estándares internacionales para garantizar la paz
global. Desconocemos si alguna fuerza armada suramericana se ha planteado
lo mismo, no tenemos información al respecto, sin embargo, creemos que si
alguna interoperación debe existir, esta debe darse en el marco del Consejo de
Defensa Suramericano. Es más, hay que dar paso a procesos de defensa colectiva
efectiva de la región, como ya lo hemos planteado en otros documentos, si
queremos disuadir a potenciales y aún obscuros agresores.
Nuestros organismos
de seguridad y defensa deben considerar que EE.UU estima una amenaza para su
hegemonía, la actual multipolaridad que no hace más que consolidarse paulatinamente
en el escenario internacional, contribuyendo a su decadencia imperial. En ese
marco, EE.UU debe sostener a toda costa su “patio trasero”, por lo que no nos
sorprende los constantes esfuerzos desestabilizadores que ejerce contra los
gobiernos democráticos y progresistas de Nuestra América, concentrándose de
manera especial en la destrucción del proceso bolivariano de Venezuela, y
busque resolver los viejos conflictos de la Guerra Fría como el bloqueo a Cuba
y la guerra civil colombiana, ya que son un obstáculo para el desarrollo de su
nueva estrategia en curso.
Por lo demás, la
estrategia de que “invasores extranjeros” apoyen a minorías locales para
debilitar el poder nacional, es tan vieja como la historia, y usada muchas
veces, por ejemplo, durante el siglo XIX los gobiernos europeos armaron a
minorías étnicas contra los gobernantes otomanos. Esa estrategia ha sido usada
nuevamente en Libia y Siria, conflictos que nuestros mandos militares deberían
estudiar profundamente.
Es momento que nuestros
organismos de seguridad y defensa se sienten a analizar los escenarios del pos
conflicto colombiano y se realice la correspondiente planificación.
[1] La negrilla es nuestra. Tomado del diario colombiano El Tiempo:
http://m.eltiempo.com/buscador/CMS-15133035